En la historia del fútbol, Carlos Henrique Raposo ocupa una página especial, figura como el futbolista que jamás marcó un gol a pesar de ser delantero. Su historia parece un cuento de la literatura fantástica, pero es real.
Carlos Henrique, conocido como el káiser, es todo un acertijo: se dice que nació un 2 de julio de 1963, pero algunos dicen que fue en abril. Unos medios afirman que nació en Rio de Janeiro, pero otros creen que fue en Rio Pardo, un municipio del estado de Rio Grande del Sur, en Brasil. Se dice que su apodo de “el káiser” se debe a su aparente parecido con el jugador alemán, pero otros afirman que es por la cerveza brasilera, de la que fue bastante amigo nuestro personaje.
El hecho es que el káiser Raposo, a pesar de sus 20 años de “carrera deportiva” nunca jugó un partido completo, nunca hizo una asistencia y nunca marcó un gol. Y entonces, ¿cómo logró fama y reconocimiento en un mundo tan competitivo?
Este futbolista de farsa siempre quiso ser futbolista por dos razones. La primera, para aportar dinero a su humilde casa y la segunda, para rodearse de mujeres. Pero había un pequeño problema, el káiser no tenía condiciones para el fútbol. Entonces diseñó un plan que consistía en hacerse a un contrato con un equipo, no jugar, cobrar y emigrar. Sencillo. Así, sus contratos duraban entre 3 y 6 meses, tiempo prudente para que no le descubrieran su engaño.
Su trampa tenía algunas variantes: fingía un tirón en el primer entrenamiento, pagaba a un compañero que le entrara fuerte para hacerse el lesionado o simulaba un desgarro al intentar un remate, un amigo dentista expedía algún certificado que lo inhabilitara, y luego se dirigía directo a la enfermería del club para comenzar un tratamiento que nunca lo recuperaba. Dejaba pasar el tiempo, cobraba lo suyo y se marchaba. Recordemos que en aquel tiempo no había internet ni resonancia magnética.
Toda trampa requiere cómplices, eso lo sabía el káiser. Le tocó sobornar a periodistas que lo entrevistaran con gran despliegue en la prensa, pagar a médicos que avalaran sus supuestas dolencias, hizo filtrar ofertas increíbles de otros clubes, regaló camisetas oficiales a grupos de hinchas para que corearan su nombre, e incluso grabó un video con sus “supuestas” mejores jugadas y goles de antología, amparado en la deficiente tecnología de los años 80 que no permitía confirmar su identidad en la cinta.
Su estrategia empezaba con hacerse amigo de jugadores y directivos haciendo uso de su simpatía y buenos modales. Luego llegaban las atenciones y los halagos. De ahí a una recomendación, había solo un paso.
Se codeó con Zico, Ricardo Rocha, Bebeto y Renato Gaúcho en su paso por los combinados nacionales, pero ninguno de ellos tocó la bola con él.

En el libro “Kaiser, el gran futbolista que nunca jugó fútbol” Rob Smith cuenta que Carlos Henrique alguna vez simuló una conversación telefónica con José Luis Nuñez, presidente del Barcelona F.C., quien estaría interesado en llevarlo a la escuadra catalana. Y en otras ocasiones, con un teléfono de juguete, fingió negociaciones con clubes ingleses, truco que le descubrió un médico que hablaba inglés al escucharle una conversación sin sentido.
En su imaginado palmarés, el káiser afirmaba haber sido campeón de la Copa Intercontinental de 1984, jugando con Independiente de Avellaneda, en un partido ganado 1 a 0 al Liverpool de Inglaterra, en el Estadio Nacional de Tokyo, Japón.
Esta farsa del káiser se apoyaba en el hecho de que uno de los jugadores de Independiente se llamaba Carlos Alberto Enrique (sin hache) apodado “el loco” nacido igualmente en el año 1963, pero en Buenos Aires (Argentina) y jugaba como defensor. En la foto oficial de entonces aparece un mechudo un tanto parecido al káiser.
Sus amigos alegan que nunca dijo una verdad en su vida, y que era más fácil encontrarlo en las discotecas que en los entrenamientos.
La historia no es precisa, pero en una noche de farra convenció al delantero y representante de futbolistas, Mauricio de Oliveira Anastacio de llevarlo al Botafogo. Para ello le mintió mostrando fotografías del Independiente, campeón de la Copa Libertadores y de la Copa Mundial del 84.
Su suerte no lo abandonó. En otra discoteca conoció a Renato “Gaúcho” Portaluppi, su ídolo, a quien imitaba hasta en el corte de pelo. De su mano llegó al Flamengo, el equipo más popular del Brasil, y cobró durante un año sin jugar.
En 1989 aterrizó en las filas del Bangú. Un diario brasilero de la época tituló: “Bangú ya tiene su rey: Carlos Kaiser.” El día de su presentación le pagó a un recogebolas para que trajera a familiares y amigos desde una favela hasta el estadio. En el primer entreno más de 30 personas enloquecieron gritando su nombre y los directivos se creyeron la fama de goleador del káiser porque un periodista amigo le inventó el increíble récord de 40 goles en 30 partidos.
Cuando estaba a punto de debutar por orden del presidente del club, en un partido que perdían 2 a 0 contra el Curitiba, provocó una trifulca con un aficionado del equipo rival y terminó expulsado antes de entrar a la cancha. En su defensa alegó que estaban insultando a Castor De Andrade, el presidente, que era para él, su segundo padre. Castor de Andrade, un mafioso que no toleraba simulaciones, bajó al camerino con sus escoltas y antes de liquidarlo, el káiser le salió al paso diciendo que era huérfano por orden de Dios y que él, De Andrade, era su segundo padre y por nada del mundo permitiría que lo llamaran delincuente y que al término del contrato, en 15 días, se marcharía para siempre. Luego de esa actuación, digna del premio Oscar, el directivo le dio un beso en la frente y ordenó prorrogar su contrato con aumento de sueldo incluido.
En 1990 llegó a Córcega. Fue fichado por el Ajaccio de Francia gracias a la gestión de Fabio Barros, Fabinho, quien lo presentó a un directivo italiano con contactos en la mafia calabresa. En la presentación oficial del Ajaccio francés de la segunda división, cuando salió al gramado y vio la cantidad de balones con los que la afición esperaba ver sus habilidades, no tuvo problema. Besó el escudo del club y procedió a regalar todos los 50 balones al público ante la mirada atónita de los dirigentes.
Sus trampas de antología lo llevaron a militar en los clubes Botafogo, Flamengo, Bangú, Fluminense y Vasco da Gama del Brasil, en El Paso de los Estados Unidos y también en el Puebla y el América de Méjico, en Francia y hasta en Arabia Saudí. Su paso por todos estos clubes está cubierto con un manto de vergüenza por el oso monumental que significan.
En el Vasco de Gama, por ejemplo, tras 6 meses de lesiones continuas, el club contrató los servicios de Pai Santana, un chamán que lo curaría con un efectivo ritual. Pero el káiser fue superior a las fuerzas sobrenaturales: le pagó el doble al curandero y el Pai Santana explicó a los dirigentes: “este jugador tiene unas condiciones increíbles, ustedes nunca tendrán una estrella como él, pero algo del más allá lo lesiona repetidamente.”
Carlos Henrique Raposo era un mago, pero sin la pelota. Era amigable, amable y divertido. Sabía cómo ganarse la gente, los jugadores lo pedían porque era el alma de las fiestas: reservaba habitaciones del hotel un piso abajo de la concentración, contrataba 10 mujeres hermosas y nadie se fugaba de la concentración, solo bajaban las escaleras y comenzaba la diversión. Al final, terminaba de cuidador de todos ellos, pues dice, nunca probó drogas ni permitió que lo hicieran en su presencia.
Varias veces se hizo pasar como Renato, una de las estrellas del scratch, dado su parecido físico.
De acuerdo con los datos de la FIFA, el káiser militó en 11 equipos durante 16 años, eso significaría –en términos reales- unos 600 partidos oficiales, pero en realidad, el káiser saltó a la cancha algo más de 20 veces y jugó muy pocos minutos, todos en encuentros amistosos.
En el documental de Louis Myles “El más grande futbolista que nunca jugó al fútbol” el káiser confiesa: “Los clubes se alegraban dos veces conmigo: cuando me fichaban y cuando me iba” y ninguno se atrevía a destapar el fraude porque el ridículo hubiera sido descomunal, así que el silencio de todos los implicados jugó a favor del káiser.
En el documental se sincera. Confiesa que no ha vivido su vida, sino la de otra persona, lo lamenta y se arrepiente. “Aunque uno ya no sabe distinguir la realidad de la ficción”, afirma que las circunstancias lo empujaron a ello, como el alcoholismo de su madre. Luego, el perder a un hijo y a dos esposas, y la visión de un ojo, fue demasiado para un gran actor y pésimo deportista. Hoy día se gana la vida como entrenador personal.
Termina su confesión con una sentencia que justifica su historia: “Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos. Y ese fui yo”.