Arrierías 70
En años que parece ya van perdiéndose en la memoria, encuentro en un pasar evocadores espacios que son recorridos por las calles de antaño. En una jornada que se hacía casi diaria, la recomendación casera era la de ir a comprar unas tazas de mazamorra donde doña Zoila, una enjuta señora de edad mayor, delgada, con varias arrugas en la cara que denunciaban el paso de los años, con su pelo recogido en una moña sostenida por pinzas, vestido largo y sobre él un impecable delantal de variados y serios colores.
Doña Zoila como era habitualmente conocida, residía en una pequeña casa de bahareque cuyas paredes estaban retocadas con cal, una pequeña ventana pintada de verde y una puerta de tablas sin pintura, a lo que seguía una alta cerca de láminas de guadua. Ella infundía respeto a pesar de la delgadez y fragilidad que acusaba su cuerpo.
La casa estaba situada en la mitad de la cuadra, sobre la carrera 12 y por lo menos unas dos más arriba de la plaza desde el sitio que en alguna ocasión ocupara el pabellón de carnes situando al frente la casa y tienda de abarrotes de don Gregorio Jiménez. Por la época la mayoría de las calles del poblado no contaban con pavimento, eran empedradas y en algunos otros sitios, grandes rocas, eran como un adorno callejero.
La venta del artesanal producto, pilado y cocido por doña Zoila, tenía una hora exacta. Ni un minuto antes o después de las 4:00 de la tarde, ella abría la puerta, y el ordenado ingreso, casi en silencio permitía el paso por un pequeño anden que a la vez dejaba observar una bien cuidada y surtida huerta, donde esta señora cultivaba diversas plantas como cilantro, coles, repollo, tomate y alguna caña de chócolo.
La mayoría de quienes acudíamos a obtener mediante el pago el producto maicero, éramos imberbes jóvenes que cumplíamos el encargo paternal; algunos mayores, abuelos, por igual componían el grupo de compradores. Creo que ni el más rígido de nuestros maestros en las escuelas del pueblo podía imponer tal orden y silencio como el que debía mantenerse ante la señora vendedora de la mazamorra.
Provistos de canecas o pequeñas ollas, generalmente de aluminio, que la más de las veces servían en horas matinales para la compra de la leche, ahora recibirían la humeante mazamorra de maíz amarillo que doña Zoila había preparado en un elevado fogón alimentado por leña.
Al fondo del patio con un verdor arbolado, por igual podía percibirse el rumor del río Gris, que por entonces corría cristalino, dejando correr un poco más abajo parte de su caudal para mover una pequeña planta eléctrica, propiedad de don Pedro Rincón.
La compra que se hacía a doña Zoila era variada y hecha en fracciones casi siempre menores al peso, treinta, cincuenta centavos o para algunos el peso, lo que se representaba en las diversas cucharadas de maíz y claro, componentes de la mazamorra, que se depositaba en los variados recipientes que pasaban a las manos de los visitantes compradores.
El paso siguiente, sin perder el orden era el salir de la casa de doña Zoila, para llevar con sus debidas y fuertes recomendaciones el producto a las viviendas, y lo que sería complemento a la tradicional hora de la comida. Un poco después se cerraba la puerta de goznes, y la que se abriría al día siguiente cuando el imponente reloj de la Iglesia dejara sonar las campanadas que anunciaban las 4:00 de la tarde.
Hoy la casa y el cultivo de hortalizas de doña Zoila han desaparecido con el ruido del progreso; las calles, casi todas, están pavimentadas, las rocas de ornamento ya no se ven, y en las calles el sonido de una bocina, en las mañanas, es el anuncio del paso raudo del vendedor ambulante de mazamorra, el que vino a reemplazar el horario estricto y la venta en centavos que se hacía de la mazamorra de doña Zoila.
FOTO 1.- Una de las producciones más tradicionales de la región, la ha constituido la mazamorra, procesada con maíz y que ha hecho parte de la alimentación tradicional de las gentes. La venta de este producto ha tenido especiales autores, y desde hace muchos años acompañante inseparable de la mesa.
FOTO 2.- La mesa colombiana, especialmente en las regiones cafeteras, uno de los complementos de la alimentación ha sido la taza de mazamorra elaborada a partir del maíz, y cuya venta es por igual un bonito negocio para algunas personas.