Arrierías 97

Gustavo Rubio Guerrero (QEPD)

Gustavo Rubio Guerrero, (Armenia, 1952) poeta y narrador de amplia difusión en ámbito regional y nacional, ganador de premios y finalista en otros, autor de varios libros de narrativa y poesía, dejó un legado inédito que la familia ha conservado y permitido a sus amigos la difusión.

Su inexplicable muerte ocurrió en el hospital de zona de Armenia donde fue ingresado por infarto el 29 de junio de 2020.  En plena época y crisis pandémica, Gustavo fue pasado al cuarto piso donde estaban los contagiados de COVID. El 29 de agosto, dos meses después de ingresado, murió.

La Revista Digital Arrierías ya había publicado un texto de Carlos Fernando Gutiérrez, llamado “una silenciosa y escéptica renovación de la palabra”, haciendo alusión a la poesía de Gustavo Rubio.

La certidumbre de que el cerdo negro que comía las cáscaras de papa amarilla, los plátanos y el sancocho que había sobrado del domingo no era el cerdo negro del que papá era el dueño, sino que era del dueño de la finca que tenía diez cerdos negros que comían lo que sobraba del domingo, nos hizo reflexionar a Juan y a mi sobre la existencia real de ese cerdo, que comía, cuán negro era, en esta hora total de un lunes acariciado y jubiloso por la presencia amarilla de los rayos del sol naciente; lo cierto es que Juan argumentó para satisfacer un poco menos la oscuridad de la cual éramos cautivos que ese cerdo negro no era uno de los del patrón y sí el de mi padre y tendría entonces problemas con el patrón porque éste no concebía la idea de alimentar animales que no fueran los suyos.

Entonces nos llevamos el cerdo hasta su lugar de origen. Papá nos regañó – ¿Por qué no lo dejaron allá, no ven que no tenemos nada que darle? -, lo dijo de tal manera que no tuvimos otra cosa que hacer que devolverlo a la cochera del patrón, pero cuando llegamos estaban allí los diez cerdos negros comiéndose las cáscaras de papa amarilla. – ¿Quién se comió el sancocho del domingo? -, estaba el patrón interrogando a su hija más linda, a la Inés de mi alma que me miró con esos ojos de mirada profunda y soñadora diciéndome con ellos “buenos días, cómo has amanecido” yo le contesté de inmediato –buenos días Inesita yo muy bien y su mercesita cómo amaneció –muy bien Unías-, respondió y respondió a su padre a su vez. –no papá, yo no sé, tal vez algún caballo…-, no dijo nada más porque no podía hacerlo ya que sí sabía que yo le había enviado un recado donde le contaba lo difícil que era para nosotros criar un marranito y ella contestó por medio del árbol de nuestros amores que no me preocupara por tan poquita cosa y que todos los días antes de las seis estuviera con el animal en la cochera aledaña que ahí estaba el sancocho que sobraba todos los días más los frijoles para que alimentara también mis posibilidades de ir al colegio el año que viene si podíamos vender el cerdo negro por un precio aceptable.

Ahora que han pasado los años y que mi familia tuvo que irse a la ciudad, vuelvo a recordar los ojos de Inesita, la linda, la bella y al cerdo negro engordando con la pausa de los días retrocediendo por todas las cosas que han ocurrido y que Juan y mi papá me han contado.  Juan me contó una tarde: “como le parece Unías que a los seis meses de usted haber partido para la capital a continuar con sus estudios de bachillerato, alguien desconocido, macho o hembra,  no sabemos, fue hasta el árbol más gigante, el de los zapotes que caían ya maduros, tal vez de noche y dibujó en la corteza la imagen de una virgen increíblemente bien  dibujada que hasta yo quedé asombrado de tanta belleza y fui hasta la casa del patrón para anunciar el milagro pero me detuve no sé porque razón y me devolví para comprobar si no era una alucinación que había tenido por estar enamorado de la hija de don Pacho el de la finca La paloma.

Te acordás Unías esa niña parecía una virgen de la Magdalena a punto de enamorarse de Cristo, y me devuelvo y hallo que no estaba equivocado: allí estaba la hermosa virgen dibujada por gran artista. Un zapote me calló en la cabeza y decidí darle mate allí mismo; luego de haber saboreado esa carne excelsa recordé que tenía que ir a darle comida al cerdo que papá había comprado para mí -a ver si el año que viene puede usted ir también al colegio, como su hermano. – Pasaron varios días hasta que estalló la noticia. Don Pacho, que era enemigo jurado del patrón de papá, anunció el mismo la aparición de una virgen en el árbol de zapote de la finca de don Ezequiel Donado Danna. El cura de la vereda se hizo presente para comprobar el hallazgo milagroso y postrado de rodillas anunció a la nación entera –Que una virgen de tal y tal tamaño, dibujada por la mano de Dios encarnado había llegado para dar la buena nueva a los hombres del mundo-.

El obispo dio la noticia al papa y el papa lo comunicó a Dios y Dios le confió el chisme a los periodistas y éstos a los fritangueros, comerciantes, especuladores, vendedores de corteza de árbol de zapote y todos, entonces, fueron llegando y convirtieron la hacienda del patrón de papá, en una casa de estar y el patrón de papá tuvo que pedirles permiso hasta para poder dar de comer a sus cerdos, gallinas, pavos, palomas, conejos, hasta sembrar los tomates pidió permiso. De modo que una tarde en que la lluvia arreciaba y los milagros de la corteza hacían conjeturar al mundo entero sobre la existencia de la divinidad en dibujo en un país latinoamericano llamado Colombia y en un municipio llamado Miseria, el señor alcalde, el señor ministro de gobierno, el señor obispo, el señor general de las fuerzas armadas, el almirante de no sé qué vaina, una carta del señor presidente y una del papa, con más de medio millón de pesos que en una corteza negra llevaba el gobernador de la comarca, se presentaron ante el patrón de mi papá para llegar a un acuerdo lógico porque el gobierno y la iglesia iban a construir una parroquia cien metros a la izquierda de donde estaba la efigie de la virgen.

Yo que por ya saber leer y ante su ausencia, Unías, fui llamado por don Ezequiel para que firmara el acuerdo y para que contara el dinero cosa que no se le robaran ni un peso, pude darme cuenta de que el señor alcalde era el más interesado en la venta porque según dijo esa tarde de lluvia impredecible al oído del gobernador un hombre viejo de anteojos más usados que la guerra, -Es que a mí me conviene construir un balneario cercano a la virgen del zapote por la cuestión que sabemos-, de manera que me entró la mala espina de decirle a don Ezequiel –la finca vale más-, al oído se lo dije mientras el general ese destapaba una botella larga y decía –Beban señores que la guerra está ganada-, y cuando don Ezequiel les comentó que por ningún dinero vendería la finca entonces todos se miraron como estúpidos autómatas que no entienden nada e irritados de súbito aumentaron el precio –un millón- dijeron.”

Otra tarde me contó mi padre: “Pues ya te habías ido para la capital cuando la chusma nos cercó por todos lados; una señora llegó una mañana de esas con una carreta cargada de carnes fritas, empanadas, arepas, gaseosas y se instaló a una cuadra del árbol. Los que tenían hambre venían por sus propios medios y compraban. En una semana te cuento que ya no era una cuadra sino todo un kilómetro ocupado por los vendedores: de crucifijos y medallas con la imagen de la virgen del zapote, de loterías, de seguros, de papayas y jugos de naranja, mazamorreros y forcheros, mujeres de las capitales que se tomaron la casa de don Ezequiel y la mía para dizque descansar un rato con sus maridos, las cámaras de la televisión enfocando la turbamulta de cojos y tullidos, de locos e imbéciles, de señoras y viejas reumáticas que aspiraban curarse a comprando un pedazo de corteza, de bobos que querían ser inteligentes y de inteligentes que se hacían los bobos, periodistas que disparaban sus maquinitas ante cualquier milagro, que escribían largos reportajes en que decían que la señora tal había recuperado la vista y que desde entonces ya podía leer el periódico y las amenas novelas de Corín Tellado y ver además la construcción de la parroquia de Nuestra Señora del Zapote… ¡Bendito sea Dios! Pero lo que no olvido es el primer día.

Cómo le parece, Unías, que el mismísimo obispo se dio a la tarea de vender cada cortecita del árbol a cien pesos el pedacito, hizo una misa en acción de gracias y colocó una piedra que don Pacho había traído a cien metros de distancia para construir una parroquia dizque en conmemoración del acontecimiento y no contento con esto y cuando al cabo de tres días el árbol estaba completamente pelado anunció a los enfermos –todos los árboles de zapote de esta finca son sagrados-, y por lo tanto podrían adquirir la salud pasando por sus ojos su boca su corazón su nariz su brazo su estómago su ingle su genital su pierna hinchada su sobaco estropeado por el sudor su cáncer estereotipado y caminante su leucemia agonizante su cara su mala suerte sus groserías, irresponsabilidades, etc., un pedazo de corteza de aquellos árboles. Al mes esto no era una finca sino una larga fila de carros; los muchos árboles cayeron uno tras otro en la medida en que ya no servían al propósito de la cura, no importaba que fueran guamos, naranjos, papayos y toda clase de arbustos, hasta que un desierto apareció ante nuestros ojos asombrados de asombro campesino, tanta era la desnudez que la naturaleza por boca de los ministros anunció desde la capital que el señor cardenal, no recuerdo su nombre, por intermedio de una entidad constructora había decidido levantar una ciudad con el nombre de la virgen y entonces el político de la región que más influía sobre las masas dijo: -Es arbitrario-, y se armó la trifulca porque el proyecto se fue al Congreso y dio tantas vueltas que salió ganado el cardenal por aquello de que donde manda capitán no manda marinero y es así como tenemos esta ciudad que se llama La Virgen del Zapote”.       

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