Cuando nos referimos a la diversidad, pensamos en distintas formas de vida, en diferentes elementos, en la variedad de géneros, razas, o en las diversas maneras de ser, pensar, querer y hacer.

En síntesis, en lo diverso y heterogéneo del mundo de la vida, del planeta y el universo. Me quiero referir de forma particular a los seres o entidades extrañas que he visto o he sentido en el transcurso de mi existencia.

Desde la antigüedad se han descrito encuentros con seres de otros planos, diversidad de dioses como en la India, Egipto, Grecia y Roma antiguos; viajeros celestes o batallas estelares descritas en eras antiguas, legiones de ángeles y arcángeles en la visión judeocristiana, como variedad de animales extraordinarios, duendes, criaturas y espíritus del bosque en Europa y América.

Definimos como universo al conjunto de planetas, estrellas y galaxias, pero bien podríamos llamarlo “multiverso” cuando incluimos la posibilidad de otros planos de existencia y otros seres. El “multiverso” a mi juicio ofrece mayor posibilidad de cobertura e inclusión; otros mundos, otras vidas, otros planos y dimensiones de energía. A esta diversidad de percepciones divergentes quiero referirme, a eventos sin explicación que fracturan los límites de lo posible.

A relatos de espectros, fantasmas y apariciones, o la vista de extraños objetos aéreos de aparente condición extraterrestre, eventos que he podido percibir a través de mis sentidos; no tan extraordinarios, pero con la certeza de haberlos visto, vivido y percibido en forma directa.

De niño viviendo en el campo, la mayoría de veces en las noches percibía figuras sobrenaturales producto de los relatos que contaban los abuelos, figuras que se hacían vívidas cerca de mi lecho producto de la combinación de objetos y sombras del entorno que sumados a movimientos y sonidos producidos por la fuerza del viento me generaban visiones extraordinarias.

Me fascinaban las narraciones de los campesinos sobre eventos extraños; siempre quise estar en el lugar y el momento de dichos sucesos, de apariciones de fantasmas o avistamiento de objetos extraños en el firmamento.

Y la ocasión por fin llegó una mañana ya de viejo, cuando el mayordomo de la finca que recientemente había comprado, me relata con desespero que una bruja se la tenía dedicada a una yegua próxima a parir: “Todos los días la encuentro con la crin hecha trenzas a manera de rienda y por completo fatigada y desfallecida, a pesar Don Señor, que en la noche la dejo tranquila y peinada con su crin sedosa y suelta. Pero amanece como si fuera montada, con la crin hecha nudos, sudada y fatigada por el galope que no para en toda la noche”.

Le dediqué un fin de semana a la pesquisa en compañía de algunos amigos cercanos provenientes de las ciencias y colegas universitarios, a quienes invité para observar e identificar dicho fenómeno.

Peinamos a la yegua, dejamos su crin limpia y suelta, pernoctamos cerca del corral atentos a cualquier novedad que pudiera producirse. A eso de la media noche, escuchamos un galope en el potrero y todos con linternas en mano, observamos extrañados cómo la yegua galopaba sin jinete con su crin levantada. Al amanecer cuando entramos al corral a sosegarla, con estupor vimos que su crin estaba cuidadosamente trenzada en dos hileras unidas a manera de rienda.

Al percatarnos de la reincidencia y que no podíamos hacer nada al respecto decidí en forma drástica cortarle la crin al animal, a pesar de que perdería presencia y desde luego precio con tal de salvar la cría que peligraba con la fatiga permanente producto del galope nocturno, y… santo remedio, con el corte de inmediato los galopes nocturnos y la fatiga cesaron.

Un vecino nos aconsejó que pusiéramos sal y ajos tras las puertas y ventanas para que la bruja no entrara a nuestros aposentos y la tomara contra nosotros …, así lo hicimos, cada mes renovábamos los elementos, actividad que se hizo costumbre con los años.

En la misma finca, jornaleros que transitaban por la vía hacia la molienda de caña en un predio vecino, se quejaban de los sustos propinados en cierto sector de nuestra finca en un pequeño montículo cercano a un frondoso árbol de Guácimo.

Allí veían aparecer extrañas luces y escuchaban ruidos, por tanto, el siguiente fin de semana los mismos compañeros de la pesquisa con la yegua, nos dedicamos a observar el lugar descrito por los trabajadores. Preciso, en las primeras horas de la madrugada del sábado, vimos un resplandor en el montículo debajo del árbol; ataviados con linternas y suma cautela, nos desplazamos desde la casa al sitio para ver más de cerca, y en una curva de la carretera justo antes de llegar al lugar, nos atrincheramos recelosos para observar con detenimiento el origen del resplandor.

Parecía una hoguera de llama blanca con pequeños destellos cobrizados que se elevaban a casi a un metro de altura, de repente, sentimos a nuestro lado un gran estruendo, como si una volqueta descargara su contenido compuesto por varios metros cúbicos de gravilla y piedra.

No soportamos tal impacto; tomamos de inmediato carrera hacia la casa, tan asustados como los trabajadores que relataban acontecimientos parecidos. De día visitamos el lugar y no había señas de hogueras ni de piedras. Se dice que allí debe haber un entierro, que lo que alumbra es fósforo que emerge a través de las fisuras de la tierra producto de sedimentos de huesos enterrados y los sonidos mencionados son espectros sonoros de las almas que allí reposan.

Por respeto y miedo fuera cierto o no, nunca nos atrevimos a escavar o sacar dicho entierro. Esto fue en el campo, pero como dice el refrán, “Si por el campo llueve, por la ciudad no escampa”.

En una casona antigua en la que residíamos en la ciudad de Manizales, en las madrugadas se escuchaba con frecuencia en uno de los baños del primer piso, como si la llave de la ducha fuera abierta y el sonido del agua al caer, cuando abríamos la puerta e inspeccionábamos el lugar, no encontrábamos rastros de agua o uso del lugar.

Con estos acontecimientos, ese baño lo dejamos de utilizar, pero seguían de cuando en cuando allí los ruidos del fluir del agua. Siempre nos quedó la duda… ¿Por qué se escuchaba el sonido de la ducha abierta? Años más tarde, viviendo ya en nuestra casa de la Francia, nos contaron quienes estaban restaurando la casona, que allí a principios del siglo XX, había fallecido producto de un accidente en uno de los baños, un familiar de los propietarios.

Por el mismo tiempo de la década del setenta, en el apartamento que existía en la parte alta del antiguo Teatro Colombia de la ciudad de Manizales, vivía una familia cercana y de confianza a la que visitábamos con frecuencia. Ellos eran amigos de un colega mutuo de la Universidad Nacional oriundo de Bogotá que trabajaba en la Sede de Manizales: Pedro Joya, quién sufría serios quebrantos salud, secuelas de un accidente sufrido años atrás.

Tenía el Arquitecto en mención, características particulares: era bajo de estatura algo robusto, piernicorto y encorvado, tenía los brazos contraídos producto del accidente y en su dentadura llevaba un llamativo diente de oro. Por sus dolencias crónicas viajaba a menudo a Bogotá para ser tratado, y en uno de sus viajes le solicitó a la familia amiga que le recogieran sus muebles e hicieran entrega del apartamento que tenía rentado en Manizales, dado que por la incapacidad médica se demoraría en volver.

La familia, destinó uno de sus cuartos para guardar los enceres, entre ellos una silla mecedora antigua hecha de bejucos y entramado en cestería, muy apreciada por su dueño, él era en exceso apegado a sus objetos y llamaba con frecuencia para saber de sus enceres; por desgracia murió sin recoger sus pertenencias.

Un domingo en la mañana, nos acercamos al apartamento de la familia amiga para invitarlos a salir al campo, pero un joven familiar había llegado la noche anterior procedente del Caquetá por lo cual no aceptaron la invitación. Así que nos quedamos a desayunar con la familia, al poco rato el joven salió de su cuarto, la señora de la casa le pregunta cómo había amanecido, y si no había sentido frío dado que procedía de tierras cálidas y era su primera vez en la ciudad de Manizales.

El joven aún con los ojos adormilados, respondió que todo había estado bien, a excepción del ruido que hacía el señor que entró al cuarto al mecerse durante varias horas en la silla. La familia solo tenía un hijo pequeño, nadie más habitaba el apartamento. Nos miramos asombrados y al unísono, le pedimos que describiera al señor que había visto. “Era robusto”, dijo, “de baja estatura y algo encorvado, cuando se sentó en la mecedora sus pies no alcanzaban a tocar el travesaño de la parte baja de la mecedora; tenía los brazos como torcidos y en los dientes algo le brillaba como si fuera oro”.

Fue impresionante, describió de manera exacta al colega recién muerto. Ese mismo día en la tarde trasladaron al joven de habitación y cerraron con llave el cuarto que tenía los enceres. En ese cuarto, escucharon por varios días movimientos de cajas y muebles, hasta que vinieron de Bogotá a recoger los objetos del difunto; de seguro era el fantasma del querido colega que, por la descripción del joven, coincidía de manera exacta con su particular y peculiar figura.

Trasladados de ciudad, hace unos años presenciamos otra aparición, pero de diferente tipo, en este caso celeste. El 24 de diciembre del 2016 a las 5:40 de la tarde, en una de las terrazas de nuestra casa de campo ubicada en Cerritos Pereira, nos disponíamos a deleitarnos con la vista del atardecer. Estaba con mi esposa y dos cuñados, el uno Geólogo proveniente del Canadá país donde reside y la otra Laboratorista de Odontología oriunda de Bogotá, quienes se encontraban de visita.

De pronto, cercano al cenit del firmamento vimos una luz fulgurante sobre nosotros. “¡Oh!… ese debe ser Saturno o Júpiter el que brilla”, dije con tono de sapiencia que el geólogo de inmediato corrigió: “¡Saturno y Júpiter a esta hora y menos en esta fecha, aparecen en ese lugar del firmamento!”. Rápido fui al estudio, tomé uno de los telescopios, el más portátil y lo instalé en la terraza. Al mirar quedé perplejo.

Equipado el aparato con una lente de 600 aumentos, observé un objeto extraño… no era una estrella o un planeta, cambié la lente por una de 900 aumentos para observar con más detalle y allí estaba un objeto en movimiento de forma tridimensional romboide, como dos pirámides de cuatro lados pegados por su base. Por una de las caras visibles se veía el objeto de un color plateado brillante y por la cara que daba directamente al sol, se veía de un color cobrizo resplandeciente.

Se perdía por momentos de la lente, se desplazaba algo rápido, pero mantenía una trayectoria regular. Lo observamos por unos diez minutos y pensamos que podría tratarse de un satélite, pero en un instante cambió de rumbo y bajó su velocidad, así lo vimos por otros 10 minutos, para finalmente desaparecer como una exhalación en el firmamento.

Un vecino de Cartago dueño de un Almacén de Implementos Fotografía y Telescopios, también lo divisó ese día cuando venía en su automóvil procedente de Cali. En la casa tomamos una foto, pero solo se ve un pequeño resplandor en el firmamento. No pudimos hacerle una fotografía a través de las lentes, porque el telescopio más robusto que posee el aditamento especial para este fin, lo había dejado en el estudio.

Cuatro meses después, vimos a través de la internet un video tomado en Rusia de un Objeto Volador no Identificado, idéntico al que divisamos en la terraza de nuestra casa. De mis setenta años, entre curioso y escéptico, puedo decir que he cumplido el sueño de ver en forma directa y cercana ¡apariciones extraordinarias, y con seguridad al unísono exclamo: ¡No estamos Solos! Y cuando hablan de Diversidad, incluyo otros mundos, planos y dimensiones

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