Vida en ruinas,
La violencia es un tema universal, y nuestra ciudad no está exenta de vivirla. El caso de un humilde trabajador, nos enseña que burlar la justicia, haciendo caso omiso a los derechos fundamentales no termina de la mejor manera.
Como es sabido la delincuencia es el pan de cada día de la mayoría de colombianos, todos en alguna ocasión resultamos siendo víctimas. Y tristemente, nuestra ciudad Palmira ocupa un lugar «privilegiado» encabezando la lista. A pesar de ser una ciudad pequeña,tanto así que muchos la consideran pueblo, demuestra y le da renombre a la película «chiquito pero peligroso».
Por ahora, atrevidamente me permito decir que la violencia suele abundar en zonas marginales o donde se encuentra cierto nivel de pobreza, esta violencia va desde la ejercida por el estado, como el abandono, la baja tasa de ayudas, y por supuesto, la violencia que ejercen los mismos habitantes de la comunidad, ya sea por falta de oportunidades, por gusto o placer.
Esta vez presentaré la historia de un ex vecino, llamado Felipe (omito su apellido) que, por ladelincuencia, se vio obligadoa tomar justicia con sus propias manos, algo común en la sociedad, pues en muchas ocasiones no se observa intervención por parte del estado frente a este problema que nos azota. La historia se da en una época crítica que afrontaba el barrio Hugo Varela, lugar donde residían muchas personas que debido a la misma crueldad decidieron emigrar hacia otros barrios aledaños.
Cierto día, por allá en el 2009, el padre de Felipe, busetero de oficio, estaba reparando un carro, pues estaba fallando y de esta manera no podría salir a trabajar. Sumergido en sus pensamientos, fue abordado por «un ladrón que tenía azotado el barrio» creyéndose el muy machito, robó unas piezas importantes para que el vehículo pudiera trabajar de forma óptima. El padre de Felipe, asustadoy con rabia, decide irse a su casa, entrando en una depresión momentánea, pues el hambre en su hogar no daba espera, y ese día ya no podría trabajar.
Cuando Felipe llega en la noche, y le cuentan lo sucedido, entra en una furia enorme, sus sentidos se alteran. Él era una persona trabajadora (como la mayoría de la gente del barrio) a excepción de unos pocos que llegaban desde otros barrios como el Simón Bolívar a comandar la parada y a creerse uno de los socios de Pablo Escobar. Yo que viví mi infancia en aquel barrio y aun siendo pequeña sabía cómo eran las dinámicas del sector: algunos consumidores se paraban en la esquina, te pedían una moneda y tú se las dabas y de esta manera ya estarías “protegido” por ellos. En algunas ocasiones, muchas personas sostenían conversaciones con ellos, y me imagino yo, que algunos serían amigos, ya que crecieron en el mismo barrio, pero al llegar su adolescencia algunos decidieron tomar rumbos distintos.
Cegado en la cólera, Felipe decide que va actuar de tal manera que su familia sea respetada. Por eso acude a uno de los consumidores del barrio, al que llamaremos por su apodo: El negro para solicitarle un favor que, está seguro, no va aser negado. Dicho servicio es que le preste un arma (objeto común para quienes se desenvuelven en estos ambientes de guerra entre barrios). Claramente, la familia de Felipe, jamás se enteró de los pensamientos y la sed de venganza de su hijo en aquel momento.
Al siguiente día, Felipe con arma en mano, decide arrebatarle la vida al ladrón que había hurtado las autopartes de su padre. Él fue consciente de que dicha acción iba tener una consecuencia, por eso apenas cometió el asesinato, decide huir de la ciudad, creyendo que solo él estaba en riesgo. Por aquella noche, fue el velorio del finado ladrón.
No hacen falta ni diez minutos para arruinar la vida de una familia, y puede resultar contraproducente, pero eso fue lo que hizo Felipe, acabar con la paz de sus seres más queridos. Esa noche hubo tranquilidad en su familia, pues al fin y al cabo él se había “librado de una rata” y eso en parte era bueno para la gente del barrio.
Pero al llegar el nuevo día, el sol naciente oscureció, la luz se hizo sombra para sus padres y hermana; en especial para su madre que en el momento de la destrucción se encontraba dentro de casa. Resulto siendo que el asaltante era parte de una banda criminal muy conocida en Palmira (en aquel tiempo) llamada los trescientos (300), desconozco si su nombre era debido a que trescientas personas la conformaban, o si era el número de personas que habían sido sus víctimas al momento de escoger su nombre. En aquella mañana, algunos de los integrantes de la banda llegaron a hacer polvo tantos años y esfuerzos puestos en la construcción de la. Los vecinos al escuchar el bullicio y los insultos, ayudaron a salir a la madre de Felipe, quien se hallaba sola en el momento de la invasión, fue sacada de su casa envuelta en sábanas, para que no la reconocieran y tuvo que esconderse por tres largos días en una iglesia.
La demolición empezó desde lo mínimo: vidrios quebrados, objetos tirados a la calle, paredes llorando al ver como se iban desmoronando, suelos recibiendo todo el peso de lo que fue una vida. Los vecinos no se pronunciaban, como en la mayoría de casos, por miedo a que atenten contra sus vidas, no quisiéramos ser los próximos que se queden sin hogar. Y así paso el día, todo desierto, solo escuchando martillazos y ofensas. Lo que antiguamente fue una casa ahora era solo un lote con escombros lo digo con dolor, lo digo con asombro. El barrio parecía dormido, y no despertó hasta dos días después del suceso. Cuando la gente se arriesgó a salir de sus casas, en especial los que vivían en la misma cuadra, se enteraron, que los muy “desgraciados” estaban vendiendo algunas de las pertenencias de la familia, a muy bajo costo, y los demás vecinos, a quienes no tocaba o importaba la situación aprovechaba las grandes promociones.
La familia después de eso no volvió a ser la misma, quedo con una enorme desazón, más allá de lo material, se encuentra el aspecto psicológico, pues la hermana de Felipe comenta que constantemente sufre ataques de paranoia. Claramentea todos les tocó mudarse, o ni siquiera mudarse, tuvieron que salir corriendo a buscar otro destino, solo con lo que llevaban puesto. Actualmente los padres y hermana residen en la ciudad de Cali, y Felipe vive en Panamá. A sabiendas que ninguno pudo volver a tocar suelo palmirano, algunos de los vecinos que se comunicaban con ellos les ayudaron a vender el lote a precio de chicle, ese que años atrás habían conseguido a un precio considerable.
Y así es como los ciudadanos toman justicia con sus propias manos, de la manera menos eficaz y más perjudicial. Dejando un sinsabor en sus vidas y el remordimiento de haber acabado con una vida. Queda demostrado una vez más el dicho de las abuelas “todo lo que hagas en contra de alguien más, se te devuelve por causa efecto” y esto se evidencio en el caso del ladrón con su muerte, y por parte de Felipe y su familia en la intranquilidad y desunión familiar.
Laura Valentina Bocanegra Peña
Estudiante de octavo semestre de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle.