Arrierías 83.

por: Orlando Restrepo Jaramillo.

Cartago 2024.

“El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndole que carece de tiempo o de libertad económica… La gente realmente teme descubrir exactamente cuántas penurias y de pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por tener éxito o por hacerse ricos» Según William Faukner eso es ser escritor, pero otra cosa es publicar lo escrito. Siendo ser humano acorralado por las circunstancias, por ese eterno deseo de relatar hechos, de ir narrando dilemas, tratar de darle explicación a los vaivenes del comportamiento humano.

Al pasar por venta callejera de libros, piensa uno, en cuánto ejemplar tal vez inútilmente escrito, solo leído por amigos cercanos y escasamente la familia, la mayoría cayendo a la exposición pública, en tendidos expuestos a la venta bajo improvisados tendederos al sol. Por eso Paul Valery aseguró: “Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre: el fuego, la humedad, los animales, el tiempo y su propio contenido”

Un texto publicado es ese sueño de todo escritor, son muchas las esperanzas puestas en ese empeño. Se supone lo venderá, lo comentaran los entendidos del tema. En las librerías no lo reciben por no venir de comercializadora editorial, si lo reciben es a consignación, pero cuando vas a enterarte de los resultados salen del establecimiento desilusionados.

El libro, para ser considerado como tal, debe tener una extensión mínima de cuarenta y nueve páginas, de otra manera sería considerado folleto. Tener portada, sumario con nombres del autor, diseñador, maquetador, número de registro en la oficina de derechos de autor. Debe incluir índice, prólogo al inicio, al final epílogo. También colofón donde se reseña, casi siempre, la empresa editorial, la fecha de edición. La parte más amplia de éste es el contenido. La configuración de carátula y la contra carátula con breve reseña del contenido incluso con la foto del autor. Casi siempre con la intervención de un diseñador gráfico.

Todo ser humano desea escribir sobre algún tema, antes de morir, para seguir en la memoria de las personas tratadas en vida. Irene Vallejo en su obra El infinito en un Junco, dice: “En los libros, donde vive y sueña nuestra familia de papel, nos guardan las ideas y las palabras que tejerán el relato que seremos”

Cada publicación es peldaño hacia la memoria, permanencia intelectual más la solidaridad aplicada a los demás.

SI ME PLANTARA en la calle.

cubierto con el verde esperanza,

como dicen se visten

los soñadores,

allí donde restaña el color

de los semáforos,

por la violencia empotrada.

Tal vez, por mis escritos,

sea tenido en cuenta un día.

PRÓLOGO AL LIBRO DE POEMAS

SUMA DE ARTIFICIOS

Orlando Restrepo Jaramillo.

Arrierías 83.

por: María Isabel Hoyos Bustamante.

Una mañana mientras mi mente divagaba, me volvió a la realidad el timbre del teléfono, y al tomarlo en mi mano pude ver en el identificador de llamadas un nombre familiar: “Orlando Restrepo Jaramillo”. Me apresuré a responder mientras pensaba en mi interlocutor: el abogado, el escritor, el amigo. ¿Con cuál me iba a encontrar al otro lado de ese maravilloso invento, que un día nos entregara Graham Bell, y que permitiría al mundo practicar a distancia una de las manifestaciones más grandes de la racionalidad: la comunicación verbal?

Después de un afectuoso saludo me manifestó que tenía alrededor de doscientos poemas, de los cuales quería que yo le ayudara a elegir cien, selección que deseaba legar a su familia y a algunas otras personas que estaba seguro, sabrían valorar su contenido. De inmediato vino a mi mente Randy Pausch, ese gran hombre de ciencia especializado en Robótica, profesor de Carnegie Mellon University (Pittsburgh, Pennsylvania), diagnosticado con cáncer de páncreas a temprana edad; quien en ese momento pensó en sus tres pequeños hijos y en lo que él consideraba debería ser su legado a ellos. Entonces se dijo: “Si yo fuera pintor, les pintaría un bello cuadro; si yo fuera músico, compondría una hermosa pieza musical; pero como soy profesor, voy a plasmar paras ellos, de manera indeleble, las enseñanzas que hubiera querido trasmitirles a través del tiempo”. Y de esa manera nació su hermoso testimonio de vida: “La última lección”.

Les confieso que pecando de ingenua, le respondí a Orlando que sería muy grato para mí colaborarle en esa labor, e inicié la ingrata tarea de eliminar la mitad de sus poemas, para hacer honor a la ciencia más exacta que conocemos: las matemáticas. En cuanto iba leyendo, me parecía más difícil hacerlo y admiraba más a su autor: ese hombre ajeno a las normas literarias, para quien carecen de importancia la rima y la métrica cuando se trata de plasmar sus sentimientos y su forma única de mirar el mundo. Y heme aquí, terminando mi cometido con la tristeza del fotógrafo a quien no le cupo el paisaje completo en el lente de su cámara.

Sin temor a equivocarme, yo llamaría a Orlando “el poeta de la cotidianidad”, para quien todo lo que ve y sucede a su alrededor es tema de inspiración. Por eso canta con la misma devoción al árbol; al camino; al río; a la montaña; al indigente; al mar; al pájaro; al Valle del Cauca, ese pedacito de cielo que le dio su bienvenida al mundo; a Popayán, la ciudad donde labró su futuro profesional y conoció a la mujer con quien tuvo tres maravillosos hijos y lo acompaña desde entonces “en la prosperidad y en la adversidad”, como se lo prometiera un día ante el altar. De la misma manera, rinde homenaje a tantas otras cosas como el amor… y el dolor, ese sentimiento que percibimos como un puñal clavado en su corazón y que deja escapar cada vez que sus dedos tocan un teclado, intentando en vano liberar su dolor infinito por la pérdida inconcebible de una parte de su ser, la muerte de su hijo menor, a lo cual ningún ser vivo se resigna.

Dejemos que sea el gran cantautor argentino Alberto Cortez, quien le haga justicia con un párrafo de uno de sus hermosos versos, que se ajusta con exactitud a la definición del creador de los poemas que vamos a tener la fortuna de paladear más adelante.

“…Qué suerte he tenido de nacer, para cantarle a la gente y a la rosa y al perro y al amor y a cualquier cosa, que pueda el sentimiento recoger.”

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