El mundo aún sigue padeciendo los estragos que ha producido la llamada Pandemia causada por la enfermedad de coronavirus.
Este caos que se produjo debido a un virus con nombre como de grupo alzado en armas, COVID 19, y que nos arrinconó en nuestros hogares buscando la protección a su contagio y letalidad, tiene que haber dejado alguna reflexión interior sobre nuestras acciones y prácticas, que hasta hace algunos meses atrás veníamos realizando, cumpliendo con las imposiciones del rebaño social que nos guía.
Muchos hemos podido descubrir ese llamado desgarrador que el planeta nos hace y que lo manifiesta en los deshielos constantes, en el acelerado cambio climático, en el calentamiento global, que como la misma pandemia muchos no creen en el así se les manifieste en sus propios entornos.
Otros muy seguramente han reflexionado sobre ese consumismo irreflexivo que nos gobierna y que hace que los seres humanos estemos categorizados según las ropas que utilicemos y que ha hora no ha servido para nada tener trajes lujosos o de marca porque no ha habido entorno social para el exhibicionismo petulante.
Hemos tenido que reflexionar, muy seguramente, sobre la inutilidad de ser esclavos de la complicidad engañosa de los medios de comunicación y mercadeo que nos bombardean sin piedad con los nombres de productos y servicios que nada aportan a vida digna de los seres humanos y que solo producen enriquecimiento para los productores que no ahorran engaños a la hora de llenar sus bolsillos.
Hemos descubierto que lo indispensable no es el sello o marca que lleve una camisa o un pantalón o unos tenis masivamente publicitados, descubrimos que no era necesario el endeudamiento para presumir un vehículo cuyo mantenimiento nos deja sin los básicos para el hogar.
Algunos también descubrieron el valor de la solidaridad, ese gesto real de tender la mano hacia quien la necesita o recibirla sin cuestionarnos de dónde viene o quien la ejerce. Este momento por el que transitamos nos devolvió la igualdad arrebatada por eso que llaman clases sociales y nos hizo humildes con el otro, entendimos el valor de entender que viajamos en el mismo barco llamado tierra y que cuando menos se espera nadie en él está libre del sufrimiento que una calamidad puede producir.
Esperamos que cuando esto pase no se nos olvide el temor que nos agrupó, la solidaridad que se despertó ante el temor y miremos a nuestros semejantes como compañeros de viaje, sin arrogancias, y que hayamos aprendido algo de este momento sin olvido.
Pero eso es solo un sueño; muy seguramente, más temprano que tarde, volverán las arrogancias, las diferencias marcadas por la vanidad o por los recursos que se tengan y se apagará ese pequeño fulgor de humanidad que nos alumbró por un momento.
Y entonces continuara la pandemia de la deshumanización que veníamos soportando antes de esta que nos arrinconó a la seguridad de los hogares…de la otra no nos salva nada…
El Director